Tratamientos de las adicciones en el marco de la reducción de daños. El fenómeno y la nocividad. Los tratamientos de sustitución. Nuevas experiencias en latinoamérica

                                                                                                                     

por  PABLO SIRI

 

LA POSICIÓN

 

Habitualmente nos referimos a la R.D como una política sanitaria, ello comprende la puesta en práctica de dispositivos de aplicación general (campañas de prevención o autoayuda, centros de acogida, centros primarios de atención, programas de cambio de jeringas, programas de sustitución, etc.) que intentan abrir posibilidades para aquella gigante población de consumidores de drogas que se encuentran en dificultades de diversa índole en relación al uso de las mismas.

Los tratamientos propuestos para dar solución a estos problemas están necesariamente atravesados por la posición general que se tenga respecto del tema. El posicionamiento abstencionista o de R.D excede, es forzoso reconocerlo, los límites del punto de vista sanitario o científico, puesto que se enlaza con posturas morales, políticas y sociales.

Es un hecho científica y clínicamente probado el que una muy baja proporción de consumidores de drogas estén en condiciones de entrar, sostener y finalizar exitosamente un tratamiento basado puramente en la abstención o inicialmente apoyado en ella como premisa del tratamiento (Davoli et al. 1992, O´Hare 1992, Marks 1997, Castaño Pérez 1998, etc). Diversos estudios muestran que desde un 60 a un 80% de usuarios de drogas no desea consultar ningún servicio. Se ha estimado que sólo un 5 a un 10% de consumidores tal vez se hallen en situación de abandonar volitivamente el uso de su droga (O’Hare, 1992; Buning, 1998). Además diversas encuestas muestran que un número muy alto y a veces mayoritario de usuarios expresa directamente no tener deseo ni intención alguna de abandonar el consumo

Pueden observarse fácilmente las limitaciones de cobertura a las que se ve sujeta la posición abstencionista y dado que es una posición que ha prevalecido y prevalece aún en muchos medios no nos asombra en absoluto el rotundo fracaso mundial, sanitario y subjetivo, que ha resultado de las campañas y tratamientos propuestos en esta línea.

La reducción de daños o minimización de riesgos apunta a disminuir los daños relacionados al uso de drogas y los riesgos que entrañe su utilización, aceptando el hecho de que existen muchos consumidores de drogas que no pueden o no desean por el momento dejar de consumirlas.

Dentro de este marco está por supuesto interesada en  la disminución del consumo de todas las sustancias nocivas, pero si apunta a ello es trabajando en todos los puntos posibles para que eso se verifique cumpliendo estas dos condiciones fundamentales:

                                                          

            - Que ello sea con el menor costo social posible

            - Que ello sea con el menor costo subjetivo posible

 

Por costo social entendemos: La expansión de diversas enfermedades de transmisión sanguínea, entre ellas llamativamente el HIV; el costo en salud que generan las internaciones y el crecientemente alarmante aumento de consultas por consultorios externos, el costo que demandan en medicamentos y psicofármacos, las enfermedades asociadas que sufren los adictos, fundamentalmente los intravenosos, endocarditis, hepatitis, cirrosis, SIDA, traumatismos; las muertes por sobredosis y suicidio, los fenómenos de violencia, el delito y la prostitución ligados a la necesidad de obtener dinero para droga, así como los circuitos financieros y políticos de las diversas mafias que manejan el tráfico internacional a gran escala

Por costo subjetivo entendemos: El hecho de que millones de personas en el mundo se hallen condenadas a vivir en la ilegalidad por ser consumidoras de ciertas substancias elegidas arbitrariamente y sujetas a sufrir sólo por ello la pérdida de la libertad, el dolor de verse obligadas por otras personas a dejar de consumir en contra de su voluntad, una sustancia que les causa cierto alivio subjetivo o que le resulta indispensable para poder soportar la vida, la violación de los derechos humanos de los consumidores, el rechazo y muchas veces la brutalidad y el cinismo con que son considerados los adictos o usuarios de ciertas sustancias psicotrópicas por una parte de la sociedad, que incluye desgraciadamente a muchísimos médicos, u otros profesionales de quienes los adictos son potenciales consultantes.

Si la posición adoptada hace entonces caso omiso de la población mayoritaria que no encaja en ese esquema, excluyendo así la oferta de ayuda a una gran cantidad de sujetos, será lógico esperar que el fenómeno aumente en gravedad y proporciones.

 

EL FENÓMENO Y LA GÉNESIS DE LA NOCIVIDAD A GRAN ESCALA

 

El consumo de sustancias psicotrópicas a existido en cada cultura desde los albores, y antes aún, de la civilización. Durante siglos el hombre consumió alcohol etílico, opio, tabaco, café, cacao, cannabis, khat, mescal, peyote, preparados de coca e infinidad de otras sustancias y preparados vegetales con propiedades para modificar el llamado “estado normal de conciencia”, con grados diversos de nocividad orgánica de acuerdo a la forma, vía, frecuencia y cantidad de su uso. El simple consumo, sin embargo, no significó, que se registre en la historia, la caída ni la perdición de ninguna cultura o sociedad.

Hasta comienzos de siglo la adicción a psicotrópicos no fue registrada como problema social. A principios de los años ´20 los EEUU iniciaron, impulsados por diversos factores sociales y políticos internos, una fuerte política prohibicionista que abarcó a diversas sustancias psicotrópicas (la mayoría de las todavía actualmente prohibidas) que incluyeron el alcohol. La historia ha hablado de sobra acerca del resultado del experimento que finalizó a inicios de los ´30 con la legalización del alcohol pero que mantuvo y aumentó con el tiempo la lista de prohibición de otros psicotrópicos. Con ciertas diferencias, la política terminó extendiéndose a ciertos países europeos y a todos los países subdesarrollados acusados en gran medida de productores (no sólo de la sustancia sino de las adicciones). Desde los años ´60 y ´70, las políticas, a contrapunto del gran movimiento social que se generó en aquellos tiempos, respondieron con un mayor endurecimiento de las prohibiciones. A la par de estas políticas, o al amparo de ellas, proliferaron las grandes mafias. La modernización y abaratamiento de los transportes y los medios de comunicación a gran escala multiplicaron el impacto hasta llegar a nuestro actual mundo globalizado, con millones de personas viviendo en la marginalidad y el abandono social, donde estas prohibiciones no hacen más que generar nocividad desde todos los puntos de vista: Mantienen y alimentan el mercado mafioso, abandonan el grueso de los problemas sanitarios a su propia suerte, violan derechos humanos, aumentan la criminalidad, y, además, no sólo no controlan sino que aumentan desmedidamente el consumo. La mayor morbilidad de las drogas no es pues de causa biológica sino socio-política. La mortalidad de los usuarios de opiáceos en los EEUU antes de 1910 no era mayor de lo normal (Marks J. 1996), ni la de los heroinómanos en Inglaterra en la época de las Clínicas Rolleston entre 1920 y 1971 (O´Hare 1992), ni el crack arrasaba poblaciones, ni abundaban las muertes por sobredosis o por epidemias de infecciones de transmisión sanguínea, ni se asesinaba o cometía ilícitos por droga en tal cantidad sino después de la extensión del prohibicionismo más salvaje.

A la vez que se prohibían ciertas sustancias se promovía el uso de otras y así el consumo de alcohol, tabaco y sedantes o tranquilizantes ha alcanzado a nivel mundial proporciones jamás registradas en la historia llenando las arcas de los grandes productores, casualmente países desarrollados, en gran parte a expensas de la venta de sustancias en países pobres donde el consumo de las mismas nunca había alcanzado tal volumen o directamente no existía.

También el prohibicionismo tiene su historia ancestral, así en diversas épocas y culturas se prohibió (a veces con penas tan severas como la muerte o mutilaciones) el uso de café, tabaco, alcohol, opio, etc. Ninguna civilización mantuvo durante mucho tiempo la prohibición del consumo de alguna sustancia psicotrópica. A la par que la misma se instauraba los problemas consecuentes producían su caída. A este punto es preciso explicitar la siguiente idea: Está fuera de toda duda el hecho de que el actual sistema de prohibiciones y prescripciones de psicotrópicos caerá en algún momento, seguramente no muy lejano (de hecho ya está sucediendo). Quedan así planteados dos frentes de trabajo: Como contribuir a acelerar este cambio hacia un sistema menos perjudicial para el sujeto y la sociedad  y qué hacer mientras ello se produce, en este momento en que evidentemente la situación exige soluciones sin dilación de tiempo 

 

EL PUNTO DE VISTA CIENTÍFICO

 

Acerca del primer punto es necesario promover un debate que muestre la verdad de la situación tal como se presenta: La opción no es desintoxicación vs. prescripción controlada, sino prescripción controlada vs. consumo adulterado en las calles manejado por las mafias. Puede notarse que no estamos hablando de la liberación ni promoción indiscriminada de sustancias en la calle como suele ser presentada la depenalización, sino de la prescripción controlada.

Tomemos ahora una definición médica del problema. En el DSM-IV encontramos lo siguiente: Trastorno por consumo de sustancias (dependencia y abuso) “Un patrón desadaptativo de consumo de sustancias que conlleva un deterioro o malestar clínicamente significativos”. Entre los criterios se aclara la condición de “más allá de ser consciente de lo nocivo de la situación y  de los infructuosos esfuerzos para controlar o interrumpir el consumo”

De esta definición podemos deducir algo que ya sabíamos pero que parecía permanecer velado o al menos confundido, a saber: Existe un patrón adaptado o adaptativo de consumo de sustancias. Los ejemplos abundan en la clínica y hasta en la vida cotidiana, existen millones de personas en el mundo que consumen cantidades diversas de sustancias  psicotrópicas y que llevan, sin embargo, una vida socialmente adaptada. Recordaré tan sólo una figura casi popular: el “bebedor social”. El límite acerca del tipo de sustancias y del grado de consumo que permiten esta condición es materia confusa tal como se halla planteada y legislada. La división y relación biológico-legal actual de psicoactivos entre droga (ilegal), fármaco (prescripción controlada) y psicotrópicos de uso legal y venta irrestricta es insostenible desde cualquier punto de vista científico serio. Contribuye enormemente a la confusión,  la simplificación y el reduccionismo que se aplican al término droga y el desconocimiento y la confusión que generan la desinformación o la mala información relativa a su consumo así como la limitación en la apertura de un verdadero debate acerca del fenómeno, un debate donde la demonización del discurso sobre las drogas no monopolice el espacio. No existe, en efecto, base científica alguna que sustente el hecho de que ciertos psicotrópicos estén fuertemente prohibidos mientras el consumo de otros es no sólo permitido sino también fuertemente promocionado. No existe correlación biológica alguna entre la proscripción y la nocividad. Es un hecho bien documentado e incontroverso en la ciencia médica que un individuo puede tomar dosis de heroína o cocaína durante décadas, dentro de sus niveles de tolerancia, sin riesgo significativo para la salud (Marks J.1997, Hurtado J.1998). Dicho en las palabras más claras: “La utilización de sustancias psicotrópicas no incluye obligatoriamente la existencia de un malestar clínicamente significativo, ni excluye la posibilidad de una vida socialmente adaptada”.  

 

LOS TRATAMIENTOS

 

A este punto abriremos una interrogación acerca de la palabra tratamiento.

Qué entendemos por tratamiento? En una forma amplia aceptaremos por tales a todas aquellas intervenciones que comportando un cambio de  posición, actitud o conducta en el sujeto den por resultado un alivio en su malestar. La forma en que se espera inducir este cambio, vista desde diferentes concepciones, determina diferentes posibilidades.

Antes de avanzar sobre la pregunta crucial del tema veamos de qué disponemos actualmente cuando nos referimos a un tratamiento para una adicción. Podemos distinguir tres tipos principales de formas de operación:

 

- Aquellas que lo abordan a través de la palabra: Psicoterapias individuales (cognitiva, sistémica, psicoanalítica, etc.), familiares o de pareja, psicoterapias grupales y grupos de autoayuda.

- Aquellas designadas en el DSM-IV bajo el nombre de “entorno controlado” (donde el acceso a la sustancia en cuestión se halla restringido físicamente): Granjas o Comunidades terapéuticas, internación (en instituciones como clínicas especializadas Hospitales o Sanatorios Generales, etc.)

- Aquellas que lo hacen a través de fármacos: Antagonistas, agonistas plenos o parciales y farmacoterapias (terapia con psicofármacos habitualmente utilizados en psiquiatría tales como neurolépticos, estabilizadores del ánimo, benzodiacepinas, antidepresivos,etc.) Un caso aparte lo representan el tratamiento toxicológico de intoxicaciones agudas o síndromes de abstinencia.

- Algunos recursos y técnicas completan éste heterogéneo grupo de recursos: talleres, trabajo corporal, expresivo, etc.

 

Respecto de las terapias discursivas destacaré un punto que me parece ineludible: Si es clínicamente evidente que la etiología, la fuerza impulsora al consumo, excede las capacidades del yo, o sea de la voluntad, o sea de la conciencia, para controlarlas, resulta obvio que provienen o se enraízan fuera de la misma. La forma de operar con este más allá de la conciencia puede discutirse, pero es claro que estamos en el terreno de la estructuración subjetiva y sus manifestaciones actuales, donde no todo es conciencia, y de las posibilidades de cambiar sus condiciones de funcionamiento.

Promover un cambio de posición subjetiva tal que permita la abstención del consumo en forma persistente por haberse logrado esta difícil operación a un nivel diferente del volitivo, una operación que pueda ofrecer recursos distintos al sujeto, es a mi juicio la chance mejor que se puede tener de aliviar o curar los síntomas relacionados a las adicciones en forma duradera. Desgraciadamente la posibilidad de un sujeto de llevar a buen término semejante recorrido, aún con ayuda especializada, no es muy alto pues requiere de determinadas condiciones del terapeuta, de la terapia y del paciente que suelen ser difíciles de conjugar y sostener, por lo tanto, la eficacia medida en términos globales del fenómeno, o sea tomando en cuenta la totalidad de personas con tales problemas, sea probablemente bastante modesta.

En cuanto a las terapias de entorno controlado diré que si encierro a una persona en un medio artificial (en cuanto nada se parece a la vida) sin permitirle el acceso a la sustancia obtendré un 100% de abstenciones de uso mientras el sujeto soporte tal régimen que además se halla a menudo matizado de normas conductales de tipo restrictivo, premio-castigo, etc. La eficacia de éste método tiene un altísimo costo subjetivo para el paciente (permanencia a veces de más de un año en comunidades), el porcentaje de potenciales ingresante (en condiciones de posibilidad y disposición) es bajo, el de abandono es alto, y el de recidiva después de salir mayor aún. Su fuerte reside en que ofrece una respuesta inmediata y absoluta al entorno del paciente: No consumirá! A veces, sin embargo, por cortos períodos y tomados en el marco de una estrategia más amplia pueden ser de gran ayuda como instancia de corte de ciertas situaciones graves.

Las terapias farmacológicas plantean varias cuestiones:

En primer lugar no disponemos de ningún fármaco que garantice el bloqueo de la impulsión al consumo.

La eficacia de los tratamientos con antidepresivos, neurolépticos y estabilizadores del ánimo es de muy discreta a baja en cuanto a disminuir, bloquear, y menos aún sustituir la droga ni la impulsión al consumo. Estos fármacos encuentran quizás su mejor posibilidad en el tratamiento de la comorbilidad psiquiátrica que se encuentra asociada en un porcentaje variable de casos (cuadros depresivos o maníacos, psicosis, etc.)

La efectividad de los tratamientos con antagonistas es bajísma. La adhesión a tratamientos de sustitución con agonistas parciales o totales (en las sustancias que lo permitan, especialmente opiáceos) es  en cambio muy alta (50 a 70% después de varios años) y, sobre la base de sus parámetros de medida, la eficacia es buena o muy buena. Incluso en la perspectiva de la abstención a largo plazo, la efectividad puede ser considerable (20% luego de dos años y medio, Gray J., Thailand, 1998)

Una pregunta que creo básica fue formulada por la Dra. Patricia G. Erickson en la 9ª Conferencia de H.R:  Pharmacotherapy. A substitution?

Los tratamientos con BZD, no son verdaderos tratamientos de sustitución?  En algunos casos sí. Es un hecho a tener en cuenta dado el alto porcentaje de personas adictas a las mismas en nuestro medio. El sólo hecho de suministrar una droga de consumo habitual para una persona no constituye un tratamiento de sustitución. El marco en que la prescripción se realiza y las posibilidades a las que abre y sostiene en otros campos para el sujeto es mucho más amplio y determinan la estructura y la eficacia de un programa que pueda ser pensado como de sustitución.

Como quiera que sea es éste otro recurso que puede aportar ayuda o alivio.

Hemos entrado claramente pues en el terreno del segundo frente de trabajo que propuse con relación al fenómeno: que hacer hasta tanto el sistema haya cambiado hacia uno menos perjudicial, lugar que ofrece las más amplias posibilidades de trabajo en la reducción del daño o minimización del riesgo. Plantearemos a este punto la pregunta que nos parece crucial.

 

QUE ESPERAMOS Y QUE PODEMOS RAZONABLEMENTE ESPERAR COMO RESULTADO DE UN TRATAMIENTO?

 

La respuesta es: la evaluación de los resultados depende directamente de los objetivos fijados. Si el punto de mira es la abstención total del consumo de toda droga podemos decir que los tratamientos de las adicciones presentan un desalentador panorama. Si podemos en cambio pensar el tratamiento como una posibilidad de alivio o mejoría que puede eventualmente desembocar en la abstención total pero no como objetivo único, podremos observar la amplitud de posibilidades que se nos ofrecen.

Algunos objetivos fundamentales en la evaluación de un tratamiento son entonces:

 

- El grado en que los usuarios con problemas asistan voluntariamente a consulta en búsqueda de ayuda.

- El grado en que sea capaz  de posibilitar al consultante seguir y sostener el tratamiento.

- La captación de los pacientes en el circuito sanitario, acercándolos a la asistencia médica, psicológica y social.

- La disminución de la actividad ilícita o delictiva y los actos de violencia asociados.

- La disminución de la presión social y familiar.

- El alivio del malestar subjetivo.

- La mejoría general del status de salud mental.

- El grado de adaptación a la vida socializada.

- La minimización de riesgos tales como el contagio de enfermedades sanguíneas, las infecciones locales o generales, el control médico de enfermedades concomitantes o relacionadas.

- Las diferencias de riesgo o peligrosidad que entrañan los cambios de sustancia o de vía.

 

LOS TRATAMIENTOS DE SUSTITUCIÓN

 

El tratamiento de sustitución, en sentido estricto, consiste en administrar una sustancia que produzca efectos subjetivos muy similares o iguales (en cuyo caso se denominan también “de mantenimiento”) a aquellos obtenidos usualmente por el adicto con su droga de elección. Este tratamiento ha sido especialmente diseñado y probado a través de algunas décadas -y produce sin duda los mejores resultados- en sujetos adictos a las sustancias opiáceas (sin embargo, en nuestro medio, el mantenimiento con benzodiacepinas, en adictos crónicos a las mismas no es raro). Los opiáceos son sustancias derivadas del opio tales como la morfina, la codeína y la heroína e incluye un gran grupo de sustancias sintéticas o semisintéticas tales como dihidrocodeinona, fentanilo, zipeprol, dextropropoxifeno, dextrometorfano, meperidina, buprenorfina, metadona, etc. Los programas clásicos de los años setenta incluían metadona y a veces morfina. En los años ochenta se impuso la sustitución con metadona, que es un opiáceo que puede darse por vía oral una vez al día. Otros opiáceos sintéticos de larga duración (mayor de uno o dos días) como el LAAM (levometadilacetato, aprobado en los EEUU para tto. de sustitución opiácea ) han sido o son utilizados. En los últimos años se está expandiendo el uso de buprenorfina en muchos países, si bien se mantienen muchos tratamientos con metadona y también crecen (con resultados esperanzadores), los programas de administración directa del opiáceo a que se es adicto (morfina o heroína) para adictos refractarios a otros tratamientos que incluyan la sustitución. Algunos estudios indican incluso una menor toxicidad a largo plazo para heroína y morfina que para metadona. La buprenorfina es un opiáceo sintético que puede también administrarse una vez al día por vía sublingual, produce los efectos subjetivos típicos, tiene una larga duración de acción y suprime los síntomas de abstinencia, reduciendo asimismo la necesidad de consumo i.v u oral de otros opiáceos. También se halla abundantemente documentada la capacidad de estos programas para disminuir el consumo de otras sustancias en los frecuentes casos de poliadicción, notablemente de cocaína intravenosa.

La implementación de los programas mantiene abierta y sostenida en el tiempo la oferta de ayuda a una gran cantidad de adictos que pueden así ser captados en el sistema sanitario y en la red social. Como es obvio tal relación hace que la efectividad de los mismos dependa de una gran cantidad de condiciones asociadas y varias objeciones han sido sostenidas por evidencia científica en concordancia con la falla de estos sistemas (red social, apoyo jurídico y legislativo, red sanitaria eficiente, etc.)  

La valoración cuidadosa de los objetivos a alcanzar en un tratamiento de sustitución son claves en la evaluación de su eficacia.

 

ALGUNAS EXPERIENCIAS EN LATINOAMÉRICA

 

En la 9ª Conferencia Internacional de H.R relacionados con las drogas (Sao Paulo, Marzo 1998), se plantearon diversas experiencias y estudios que apuntaron a la posibilidad de aplicación de prácticas de H.R en el entorno Latinoamericano. La situación epidemiológica difiere de la Europea o Asiática, presentando a su vez diferencias importantes dentro de los mismos países americanos.

El principal problema a que nos enfrentamos en Latinoamérica en estos momentos es sin duda el consumo de cocaína. La vía y forma química del producto tiene particularidades regionales importantes. Así en países como Perú, Colombia y Ecuador el principal problema está representado por los fumadores de pasta de cocaína (Sulfato de cocaína). El uso de crack o free base (cocaína base) de alta toxicidad, que está muy difundido en EEUU, es ya un problema grave en algunas grandes urbes del Brasil. El uso intranasal  (clorhidrato) se halla actualmente muy difundido en casi toda Latinoamérica. En cuanto al uso intravenoso (clorhidrato de cocaína) somos junto a Brasil el país donde este problema adquiere dimensiones de mayor jerarquía. La relación entre uso I.V y contagio HIV es muy estrecha y en este sentido con los porcentajes altísimos de conversiones HIV con foco de transmisión sanguínea, nuestro país es de los más afectados (en Rosario 72% de los varones detectados positivos en efectores municipales hasta el 10/1997, según el Informe epidemiológico sobre VIH SIDA del Promusida) - (Paraguay por ejemplo tiene 12% de HIV de foco sanguíneo, Brasil alrededor de 25%)

Una gran cantidad de experiencias coincidieron en la importancia de introducir cambios en el uso de sustancias, hacia productos menos concentrados o de menor toxicidad. (Coffin P., Lindesmith Center - USA; Erickson P., ARF -Toronto). Algunos ejemplos son el desvío de utilización de cocaína intravenosa o de crack fumado a consumo de canabis (Labigalini E., Univ.Fed. S. Paulo, 1998) o de sustancias con bajo contenido de cocaína, por ejemplo masticar hojas de coca (Hurtado J, Inst. Research Drugs, Bolivia). En este sentido Hurtado destacó: 8.000.000 de personas en latinoamérica  consumen hojas de coca desde hace más de 3000 años, aproximadamente 400 a 500 grs. semanales (equivalente a 1,5 a 2,5 grs de clorhidrato) durante más de 50 años de su vida sin efectos indeseables importantes evidenciables en relación a ello... Otro ejemplo lo constituye la administración de benzodiacepinas por largos plazos de tiempo en pacientes ex alcohólicos o ex cocainómanos.

En combinación con el cambio de sustancia o como alternativa se plantea el cambio de vía: El impacto de la vía I.V sobre el contagio HIV es notable, como lo es por otro lado el impacto en los lugares con políticas de H.R de larga data. (Inglaterra tiene sólo 7 a 13% de seroprevalencia HIV en IDUs., Holanda cerca del 5%) Esto puede hacerse con cocaína y con otras drogas (por ejemplo se utiliza como recurso en Colombia donde la incipiente radicación y exportación de opio comienza a evidenciarse, se les enseña a los adictos I.V de heroína que no desean dejar de usarla a fumarla - Pérez Castaño G., Progr. Municip. Medellín, Colombia).

En algunos casos, sobre todo en las poliadicciones es posible derivar la sustancia y su vía a otra de menor toxicidad o que le permita mejorar en algún aspecto su status de salud mental o física. Frecuentemente estos cambios se traducen en un menor costo monetario para el consumidor lo que se refleja en las disminuciones de los índices delictivos y de violencia mejorando su lazo social. Éste es quizás un sentido en el que podemos empezar a leer la aplicación de otra sustitución en nuestro contexto.

La ciudad de Medellín ha implementado un programa muy avanzado con centros de acogida, agentes sanitarios especializados que intentan llegar a la población que no recibe asistencia y centros de atención en cantidad suficiente, monitoreo epidemiológico contínuo, etc. que ha posibilitado la puesta en práctica de numerosos dispositivos y está dando excelentes resultados. Actualmente están desarrollando el proyecto de comunidades terapéuticas con bajo umbral de exigencia  y metas intermedias que pueda ir planificando el usuario.

Desde Febrero de 1998 en la ciudad de Rosario comenzamos a implementar algunos tratamientos de sustitución con dosis bajas de buprenorfina para tratar la adicción crónica y refractaria a opiáceos. Los resultados, después de más de 12 meses, son muy alentadores, teniendo gran impacto sobre la salud, la disminución de ilícitos y del consumo, la alta adhesión al tratamiento,  entre otras ventajas.

Queremos resaltar que los tres elementos indispensables en toda política posible de abordaje incluyen: La prevención (precoz, amplia, verídica, no coercitiva..), la asistencia (amplia, con actitud de atracción a la ayuda, promoción, tratamientos libres de drogas, psicoterapias, etc.) y la reducción de daños (trabajo con quienes no quieren o no pueden dejar totalmente las drogas, sustitución, programas de cambio de jeringas, trabajo persona a persona en terreno,etc.) (Buning, 1998)

Finalmente destacaré los dos obstáculos que fueron puestos de relieve por el director del programa de Medellín con relación a la situación de las adicciones en Latinoamérica y que no podremos dejar de tener en cuenta si queremos producir intervenciones efectivas y coherentes:

                                   - El gran déficit en la red social de apoyo.

                                   - La desesperanza de una enorme masa de gente viviendo en la marginalidad.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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por  PABLO SIRI.     Rosario, 20 de Julio de 1998

 

 

Artículo Presentado en las Primeras Jornadas de Políticas Públicas y Reducción de Daños en Drogadependencias, Rosario, 12 de Junio de 1998.  En imprenta en “Drogas y Políticas Públicas. El Modelo de Reducción de Daños·” Edit. CEADS-UNR, Rosario, 1999.